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Es un clamor popular que, en este mundo dual el bien y el mal conviven juntos para desesperación de los débiles y regocijo de los perversos. De eso nadie tiene la culpa, porque las cosas del humano existir son como son, no como se quiere que sean. Pero es un deber de todo ser consciente, sobre todo cuando se tiene una responsabilidad importante en la sociedad, y los colegios son tremendamente importantes a mi juicio, hacer uso de todos los mecanismos que la ley permite para erradicar el mal de las aulas, y que los estudiantes de buenas intenciones y ganas de estudiar puedan hacerlo sin ser hostigados por esas hordas de inconscientes ignorantes que hacen de la mala educación y de la agresividad su propósito. No hay justificación posible para aquellos que, teniendo la obligación de mantener el orden en las aulas, por debilidad de carácter o dejación, permiten que el caos reine en ellas. No es mi propósito señalar a nadie cuando digo estas cosas, porque no soy persona de instintos malsanos, ruego pues que, nadie se sienta ofendido por lo que digo, pues no es mi intención ofender, pero sí quiero poner de manifiesto que hay deberes sociales inherentes al trabajo de la docencia que hay que cumplirlos. Sí, porque nos va en ello, no solo el buen funcionamiento de la entidad, en este caso el Instituto Gilabert de Centelles, también la buena fama del mismo y el honor de todos aquellos que han asumido la responsabilidad de dirigirlo y de impartir enseñanzas en él. Así pues, cada cual en su parcela de responsabilidad, debiera esforzarse en imponer el orden y el respeto, tan necesarios ambos para que quien quiera estudiar pueda hacerlo sin ser molestado, Corren malos vientos en el Instituto Gilabert de Centelles, rumores hay en las calles y en el mismo centro de que algunas aulas parecen auténticos gallineros, y la paciencia de algunos se acaba. Sí, se acaba, porque la buena gente se impacienta, esperando que las autoridades del centro (nunca mejor dicho esto que digo, porque la ley les ha restituido la autoridad perdida) cumplan con su deber. Sabiendo esto, yo no podía quedar en silencio, esperando el estallido que se está gestando, a golpe de insensatez y pasividad. Cumplo pues con mi deber ciudadano, para lo cual, controlo mi disgusto, y espero, por el bien de todos, que quien puede hacerlo ponga orden en las aulas y todo vuelva a su cauce: que un centro de enseñanza, sea cual sea su nivel, es cosa importante, algo que todos deberíamos cuidar y respetar. Vaya pues por delante mi máximo respeto, para todos, para profesores y alumnos, con la recomendación afectuosa por mi parte, de que cada cual ponga de la suya, y se reconduzcan los malos hábitos adquiridos para hacer del Gilabert de Centelles un centro admirable y ejemplar. Saludos cordiales.
Artículo 173 1. El que infligiera a otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su integridad moral, será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años. Ojo al dato que, el asunto se está poniendo al rojo vivo. Como haya una denuncia, y mucho me temo que la va a haber, ya veremos como el Centro explica el que durante todo un curso una persona de casi 60 años haya sufrido acoso por parte de un grupo de chicas jóvenes, pero mayores de edad, con insultos, intimidaciones y amenazas verbales y nadie haya hecho nada para pararlo. Como esta mujer se decida a denunciar va acorrer hasta el gato. Porque esto es muy grave. Intolerable además. Y una vergüenza para el Centro. Si en mi mano estuviera, yo ya habría denunciado. Lo peor es que la prensa se entere, que se va a enterar. No quisiera yo estar en el pellejo del director y de las maestras que han tolerado esta indecencia. ¡Que estamos en el año 2014! ¡Uf! Cada vez que me acuerdo me caliento. El mundo está lleno de cobardes indecentes que disfrutan haciendo daño a los demás. Hay que sacar a la luz a estas impresentables. Para que todo el mundo sepa a que se dedican estas señoritas: a acosar a las personas mayores por el simple hecho de serlo. Si las juzgara yo...seguro que no lo harían más.